El apaciguamiento no sació las ansias imperiales de Hitler, envalentonado por la falta de oposición de las democracias. Cuando en 1938 se anexionó Austria, para los británicos seguía siendo necesario calmar la situación. Meses más tarde, en Múnich, Reino Unido y Francia aceptaron la anexión nazi de los Sudetes checoslovacos a cambio de frenar sus demandas, sin contar con la opinión del país afectado, y lo celebraron como una victoria diplomática que asentaría la paz. Igualmente, en marzo de 1939, Hitler ocupó el resto del país, rompiendo el pacto de Múnich, mientras seguía rearmándose. Lo que ya era inevitable se desencadenó antes de acabar el verano.
Los teléfonos levantados, las estrategias diplomáticas y las acciones impulsadas, que no iban acompañadas de capacidad material de imponer consecuencias a Hitler si violaba los acuerdos, fueron en vano. Esa ilusión de diplomacia que alimentó Hitler en británicos y franceses fue una mera herramienta para lograr concesiones o ganar tiempo para imponer más tarde su plan.
Preferiría pensar que las lecciones se aprenden. Pero Gramsci acertó al escribir que “la ilusión es la mala hierba más tenaz de la conciencia colectiva, la historia enseña, pero no tiene alumnos”.
Casi 90 años después de ese Comité de No Intervención, se ha publicado un manifiesto de los que no se resignan a la guerra en Europa, proclaman, como si no hubiera ya una guerra en marcha en Europa, sin ni siquiera tener a bien mencionar a la agredida Ucrania. Se trata de un ejercicio de lanzar preguntas al aire sin buscar respuestas, dando una ilusión de profundidad, pero que se queda en un juego superficial de aparentar que se reflexiona, sin evidencia alguna de que se haya profundizado en los hechos, sino que se enuncia una caricatura simplista de la realidad.
Considero que el resultado es un ejercicio de frivolidad desacomplejada de negar cuanto hay de disonante en la realidad. Como si Putin no tuviera ya en su haber un reguero de conflictos bélicos, de operaciones de guerra híbrida y, particularmente, de rotura de acuerdos. También les da igual que Rusia extienda redes de propaganda por la Unión Europea, aspirando a disgregarla, y obvian a los aliados europeos que sí están geográficamente cerca de Moscú, que transmiten señales de alarma desde hace años, a pesar de que hay tropas españolas desplegadas en Letonia desde 2016… en misión disuasoria.
Los firmantes exigen comprar la paz con cualquier concesión que sea pedida y confiar en la palabra de Putin de portarse bien (ah, diplomacia), sin desarrollar condiciones materiales que le incentiven a respetar lo acordado. La no intervención para conservar la paz.
Invitaría a los firmantes a pensar cómo sería el escenario en el que nos encontraríamos si, tras apaciguar a Rusia en los términos que exigiera, Putin considerase que no pasará nada por saltarse lo pactado, otra vez, porque Europa no tiene herramientas para que tenga consecuencias. Otra vez.
Artículo publicado originalmente en elDiario.es/opinionsocios